Esto no es una telenovela de verdad. Los artistas no tienen nada que ver con el proyecto, sólo lo inspiran. Dedicada afectuosamente a tres guapos que son mi prototipo de hombre ideal que derrochan talento y belleza. Dos de ellos luchan por triunfar, uno de ellos (Jack Hexum) brilla eternamente ya que falleció en 1984, esta novela imaginaria pretende hacer viva su memoria más que nunca con todo respecto, afecto y admiración.
viernes, 30 de septiembre de 2011
Capitulo 81
Rubén está muy pendiente de sus cinco hijas que con horas de nacidas ya tienen que luchar su batalla más dura: por vivir. Además cuida de Esther con mucho mimo. Él le ofrece cariño de hermano pero ella se siente más enamorada que nunca. Él la lleva en silla de ruedas a ver a las pequeñas. El parto ha sido muy duro y está débil. La ayuda a levantar. Los dos se quedan abrazados.
--¡son tan pequeñitas¡ --dice ella con el corazón en un puño.
Esther se siente morir al ver esas bebitas que llevan su sangre y la de Rubén al borde de la muerte. Las ama porque las ha llevado por meses en su vientre pero es que además son las hijas del amor de su vida. Es un milagro que existan y sabe que jamás podrá volver a llevar en su seno al hijo de su amado. Esa es su única oportunidad. Rubén siente que ha perdido el rumbo, sólo esas pequeñas le dan un motivo para vivir.
--¿se van a salvar verdad? –pregunta ella con angustia.
Los dos necesitan aferrarse a esa esperanza.
--claro que sí –dice él aunque no está nada seguro.
Y Rubén está muerto de miedo, sus hijas son demasiado frágiles y cualquier cosa puede pasar. Rubén es muy afectuoso con Esther y ella se siente feliz pero sabe que si esas niñas mueren no sólo le dolerá como madre sino como mujer porque perderá el único lazo que la une al amor de su vida. Rubén ayuda a sentarse a Esther de nuevo en la silla, la lleva a la cama. Está pendiente de ella en todo momento. Se queda sentado con ella en la cama. Le agarra de la mano. Le habla de todo y de nada para distraerla. Justo los interrumpe.
--¿puedes venir un momento?
La cara de él los sobresalta. Rubén se queda pálido aunque fuerza una sonrisa ante Esther.
--ahora vuelvo.
Esther está muy nerviosa.
--algo le pasó a nuestras niñas, ¡yo tengo que ir¡
Rubén es muy cariñoso con ella:
--hace una hora estaban bien, tú quédate tranquila. Yo ahora vengo y te cuento.
Rubén le da un beso en la frente. Se ve sereno aunque está roto por dentro. Eso le da confianza a Esther. Se queda más tranquila. Justo abraza a Rubén por los hombros:
--tienes que ser fuerte.
Rubén sufre un fuerte shock al saber que ha muerto una de sus pequeñas. Quiere ver el cuerpo pero Justo no se lo permite.
--No te atormentes más. Tienes cuatro niñas por las que velar. Ellas y Esther te necesitan fuerte.
Rubén se derrumba en una butaca. Está destrozado. Esas bebitas son su esperanza, su ilusión, su motivo de vivir. No soporta la idea de perderlas.
--¡¡se me van a morir, una a una¡
Justo en cuclillas. Es muy cariñoso con él. Le agarra de la mano, le acaricia la mejilla con la otra mano.
--No digas eso… sobre todo por Esther. Era difícil que sobrevivieran todas, estas cosas pasan en un parto múltiple. Era la más débil pero las otras son fuertes, van a luchar.
Justo le diría que de cuatro alguna sobrevivirá pero no le parece un comentario oportuno.
--son luchadoras… confía en ellas.
Justo y Rubén se quedan un buen rato abrazados. Luego Rubén seca sus lágrimas.
--Gracias por estar conmigo, por apoyarme como un hermano.
--Llevamos la misma sangre. No lo olvides.
Rubén mira con cariño a Justo:
--Nunca lo olvidé.
Se abrazan de nuevo. Rubén se apoya en Justo. Van juntos al lavabo. Rubén se lava la cara para estar más tranquilo cuando hable con Esther. Entra él solo. Se ve sonriente pero Esther nota que ha pasado algo.
--¿¿qué les ha pasado a mis niñas?
Rubén se sienta con ella. Le agarra de las manos. La besa en las mejillas. Besa las lágrimas de ella. La voz de él suena rota pese a que él trata de no angustiarse.
--perdimos a una, pero las demás están bien…
Esther llora.
--¡mi niña… no puedo ser¡
Rubén pone sus manos en las mejillas de Esther. No puede evitar que se le escape una lágrima:
--¡pero las demás están bien¡ ¡todo va a salir bien¡
Ambos quieren creer en eso. Se abrazan con fuerza. Se aferran el uno en el otro.
3 días después… María Piedad regresa a La Poderosa. Se acerca al despacho de su esposa.
--Las niñas de Rubén son hermosas. Las cuatro están bien, son muy pequeñitas. Aún les queda mucho por luchar por yo estoy segura que las cuatro van a estar bien.
Demetrio no le hace mucho caso. Hubiera deseado tener cuatro machos. Sí, cuantos más De la Colina sean mejor pero tampoco le preocupa mucho si a alguna le pasa algo. De repente se oye el llanto de unos bebés. Son fuertes, es más de una.
--¿¿qué es eso? --María Piedad.
--son unas gemelitas, son las hijas de una prima mía. Era soltera y falleció en el parto. Van a vivir aquí --Demetrio.
María Piedad va hacia la cocina de donde viene el llanto de las pequeñas. La cocinera está dándole el biberón a una y la otra llora en un moisés.
--¿de qué prima?
--Son las hijas de una prima lejana… El servicio se ocupará de ellas.
María Piedad agarra a una de las hijas de Pierre con mucho cariño. Ambas son hermosas y están perfectamente. La cocinera le dice que no se preocupe que ella se ocupa de las pequeñas que ya han sido instaladas en la habitación de servicio. Demetrio pretende criar a sus nietas como parte del servicio. Esas pequeñas roban el corazón a María Piedad.
--¿Cómo se llaman?
--María y Petra… --dice Demetrio.
--pues que las instalen en una habitación continua a la mía, yo me haré cargo de ellas…
--No es necesario.
--Son de la familia, no sirvientas. Es lo justo.
María Piedad agarra a una y ayuda a la cocina a darle el biberón.
--estas niñas serán mi alegría…
Demetrio sonríe. María Piedad ha criado a uno de sus bastardos y ahora criará a las hijas de otro de sus bastardos. María Piedad mira a la cocinera y dice:
--diga a alguno de los hombres que instalen a las niñas arriba, yo me ocuparé de ellas. Usted ya tiene otras obligaciones, si necesito ayuda ya me ayudarán alguna de las empleadas nuevas.
María Piedad era una mujer gris desde la muerte de su hijo menor. Sus otros hijos ya son mayores y no la necesitan. Esas pequeñas le devuelven la ilusión, las ganas de vivir.
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